miércoles, 4 de mayo de 2011

Mi cuento particular..., mi vida:)

Título: Un Cuento sin Princesas ni Dragones

Autora: Lidia López Pinedo




Hoy me apetece escribir un cuento, pero no será de esos en los que se habla de princesas encantadas y dragones…, no. Este es un cuento mucho más real, es la historia de alguien que se empeña, a pesar de todo…, en VIVIR…
Moraleja: A veces la vida te pone duras pruebas, obstáculos que parecen imposibles de saltar, es entonces cuando debes ser fuerte, luchar con uñas y dientes para ganar la partida. Acepta las cartas que te han tocado y juégalas de la mejor forma posible, no te rindas nunca porque la vida es demasiado bonita para perdérsela llorando en un rincón, y si en algún momento sientes que las fuerzas te flaquean, simplemente mira a tu alrededor porque siempre encontrarás una mano tendida para evitar que te caigas, siempre habrá alguien dispuesto a compartir tu carga, y no te preocupes si hoy has perdido, que nada ni nadie te haga sentir que eres un perdedor, porque si hoy has perdido, mañana te tocará ganar, y pase lo que pase abre siempre de par en par las puertas de tu alma y de tu corazón, deja que se inunden de luz, de ilusiones, de amor, porque esas serán tus mejores armas para vencer, y lo más importante de todo, sueña, nunca dejes de soñar, pero ten cuidado porque a veces los sueños…, se hacen realidad
(Sí, ya sé que la moraleja siempre va al final, pero ya he avisado que este cuento es diferente, así que por una vez cambiaremos las reglas).

Érase una vez una niña muy esperada y deseada, que llegó al seno de una familia en la que ya habían dos niños varones, era una familia humilde y sencilla, pero felíz, la llegada de la niña supuso la felicidad completa e hizo realidad el sueño de su mamá de tener una niña a la que poder poner vestiditos y adornos en el pelo.
Tras unas cuantas discusiones por decidir que nombre ponerle, finalmente la llamaron Lidia. Así empezó la historia de una niña que creció rodeada de cariño, jugaba con sus muñecas, iba al colegio, se peleaba con sus hermanos mayores de vez en cuando…, todo era normal, o al menos eso parecía, hasta que un día, cuando la niña enttró en la adolescencia, empezó a darse cuenta de que no veía bien, que en el colegio empezaba a tener problemas para poder ver lo que el profesor escribía en la pizarra, y que poco a poco cada vez se le hacía más difícil leer.
A partir de entonces todo empezó a cambiar, el futuro de esa niña felíz empezaba a difuminarse cómo su vista, ¿qué le estaba pasando?.
Al principio, nadie se alarmó, todos pensaron: “Bueno, la llevaremos al oculista, para que le gradúen la vista, seguro que necesita gafas”. Y así lo hicieron, la llevaron al médico y le pusieron unas gafas, pero el problema no se solucionó, todo lo contrario, los años pasaban y el problema iba creciendo, por más médicos que visitaba, ninguno le encontraba nada…, hasta que un día llegó a un doctor, que si vió en ella algo diferente. Era un señor mayor que en cuanto la revisó se dio cuenta que algo raro pasaba, llamó a otro doctor, y luego vino otro más, todos se miraban y hablaban entre ellos, y todos tenían cara de preocupación.
Lidia, los miraba desconcertada y nerviosa porque intuía que las noticias que iban a darle no eran buenas, y efectivamente, no lo fueron…
Salieron todos de la sala, dejándola sola por unos instantes que a ella se le hicieron eternos, hasta que finalmente entró el doctor mayor, el primero que la vió, se sentó delante de ella y con un nudo en la garganta, tratando de encontrar las palabras adecuadas le dijo: - Lo siento mucho, pero tienes una enfermedad degenerativa en la retina y vas a ir perdiendo vista poco a poco, eso sí, nunca llegarás a ser ciega total, pero si te quedará baja visión…, por el momento no hay ningún tratamiento, ni se puede operar, pero…, tú eres muy joven y la ciencia avanza rápido, seguro que de aquí a unos años se podrá hacer algo…, pero ahora mismo…, no.
Lidia, le escuchaba en silencio, atónita, sin ningún tipo de reacción, en ese momento tan sólo pensaba en cómo iba a darle la noticia a su madre que la esperaba fuera sentada en la sala de espera, no podía pensar, la invadía una sensación muy extraña, y tan sólo pudo sentir cómo una lágrima rodaba por su mejilla.
El doctor hizo entrar a su madre y le explicó la situación, fue un momento muy duro para ellas, la madre miró a su hija con lágrimas en los ojos y la abrazó muy fuerte, estaba desconsolada. Siempre es duro para una madre aceptar las cosas malas que le pasan a sus hijos, y este fue un golpe inesperado, demasiado duro para las dos.
Madre e hija salieron de la consulta, la hija lloraba en silencio, y la madre, entre lágrimas y abrazos trataba de consolarla, pero ella estaba peor que su hija, estaba muy nerviosa y asustada, entonces, en ese preciso instante en que estaban abrazadas, Lidia se dio cuenta de que tenía que ser fuerte, no podía derrumbarse porque sino el sufrimiento de su madre sería aún mayor, y ella no soportaba verla sufrir, a su madre no, así que tenía que sacar fuerzas de dónde fuera, cómo fuera, y lo hizo. Se secó las lágrimas y le dijo: - Mami, no llores, yo estoy bien, de verdad, esto no va a cambiar nada, iremos a otros médicos, a ver que dicen, y ya verás cómo pronto sale algo para curarme, por favor, no llores más…
Se abrazaron con más fuerza aún, y tras calmarse un poco, intentaron asimilar la noticia para volver a casa, aún faltaba decírselo al resto de la familia…, ahora les tocaba a ellas escoger las palabras adecuadas…, lo cuál no sería nada fácil.
Fue la madre quién se decidió a hablar, el padre y los hermanos de Lidia la escucharon en silencio, nadie dijo nada, tan sólo que había que buscar una segunda opinión, que seguro que algo se podría hacer para al menos poder parar la enfermedad.
A partir de entonces, Lidia empezó la rueda, iba de médico en médico y todos decían lo mismo: “No hay solución”, hasta que al fin uno de ellos le hizo enfrentarse a la realidad y le sugirió un camino…, afiliarse a la ONCE para poder seguir su vida de la mejor manera posible.
Resultó duro para Lidia escuchar el consejo de aquél médico, se sentía perdida en su interior, no sabía que hacer, tan sólo sabía que tenía que ser fuerte y no permitir que su familia la viera derrumbarse, nadie debía verla llorar, aunque cuando llegaba la noche y se quedaba a solas en su cuarto lloraba en silencio y la invadía una inmensa incertidumbre de cómo sería su vida a partir de entonces.
Pasó un tiempo, Lidia intentaba seguir con su vida normal, iba a cuidar a tres niños por las tardes a los cuáles adoraba, salía con sus amigos,…, todo parecia igual, cómo si nada hubiera pasado, pero ella sabía que no era así, que todo había cambiado y que tenía que enfrentarse a ello, asumirlo lo antes posible. Y así lo hizo.
Un día Lidia sacó fuerzas y le dijo a su madre que quería ir a la ONCE, que quería seguir adelante y que aquel era el mejor camino.
Para su madre no fue fácil asimilar que su hija iba a estar afiliada en una organización para ciegos, pero finalmente accedió a los deseos de su hija y las dos fueron a conocer aquel desconocido mundo. Un mundo que resultó ser una puerta abierta a millones de posibilidades que jamás hubieran imaginado. Allí tenían aparatos tecnológicos para poder leer, hacían cursillos de muchas cosas, era increíble ver cómo gente que tenía problemas mucho más graves que el de Lidia estaban allí estudiando, labrándose un futuro a pesar de todo. Lidia se dio cuenta entonces de que lo importante no era cómo se hicieran las cosas, lo único importante era hacerlas, aunque fuera de una forma diferente a cómo las había hecho hasta entonces. Fue maravilloso para ella ver que tenía delante un mundo por descubrir y un largo camino por recorrer…
Lidia se apuntó a un cursillo para aprender a leer braille, luego a un curso de telefonía para trabajar cómo telefonista, y luego a otro para aprender inglés para el cuál se tuvo que ir tres meses a vivir a Madrid y otros tres más a vivir a Londres, fue una experiencia maravillosa e irrepetible que Lidia guarda en lo más profundo de su corazón, porque en ese tiempo conoció a gente realmente increíble con la que creó unos lazos muy fuertes, allí nació una amistad de esas que cuesta tanto encontrar y que es para siempre.
Después de aquel viaje mágico, Lidia volvió a España y encontró un trabajo cómo telefonista en una empresa, aquello supuso otro objetivo más cumplido para ella, se sentía felíz y realizada,, una vez más volvió a creer que por mucho que costara, se podia seguir.
Los primeros años que Lidia pasó en ese trabajo fueron muy buenos, porque encontró unos compañeros de trabajo que la acogieron y la aceptaron cómo uno más, sin importar que ella tuviera un gran problema de visión, todos se volcaron desde el principio para ayudarla si en algún momento lo necesitaba y poco a poco se creó más que un grupo de compañeros, un grupo de amigos. Pero con el paso del tiempo, las cosas en la empresa fueron cambiando, y casi todas las personas que formaban ese grupo se fueron marchando a trabajar a otros sitios, y la situación de la empresa iba cada vez peor. Entonces Lidia empezó a buscar trabajo para irse de allí, pero no salía nada, las cosas estaban difíciles y más para las personas con una discapacidad, además no tenía casi estudios…, ¿qué iba a hacer ahora?, allí no estaba bien, no quería seguir, estaba cansada de hacer siempre lo mismo y de que la tratasen cómo un cero a la izquierda..
Entonces pensó que lo primero que debía hacer era aprender informática porque sin eso estaba completamente perdida, así que se fue a la ONCE de nuevo y se apuntó en un curso primero de mecanografía para poder manejar el teclado sin necesidad de verlo y después a varios cursos de ofimática e Internet, no le resultó fácil, porque además de todo eso debía aprender a manejar el programa especial que tenía que utilizar para poder llegar a ver las letras de la pantalla, pero finalmente consiguió dominarlo todo bastante bien. Cuando acabó con los cursillos de informática, Lidia pensó que porque no seguir estudiando, porque no hacer ahora lo que en su momento no pudo hacer por las circunstancias que le había tocado vivir, ¿sería una locura empezar una carrera universitaria con 35 años?, eso era lo de menos, lo importante es que le apetecía, quería hacerlo y lo iba a intentar, así que se apuntó a una academia para hacer el exámen de acceso a la universidad para mayores de 25 años, tenía miedo, no sabía si sería capaz de aprobar después de tanto tiempo sin estudiar, pero, una vez más Lidia volvió a sorprenderse a sí misma y aprobó ese exámen a la primera..
Todo fue muy rápido, casi sin pensar, y cuando Lidia quiso darse cuenta ya estaba en la Universidad. El primer día que fue a conocer el campus lo hizo acompañada por su profesora de apoyo de la ONCE, fue un momento inolvidable, la invadían multitud de sensaciones, no podía creerse que realmente estaba allí. Las dos se dirigieron al departamento que la universidad tenía para ayudar a los estudiantes con discapacidad, allí le explicaron que le facilitarían todo tipo de adaptaciones para que pudiera desarrollar las tareas, las clases, todo…
A medida que le iban explicando, Lidia sentía que se había metido en algo muy grande, y aunque estaba asustada, su miedo poco a poco se iba disipando porque toda aquélla gente era increíble y tenían una gran sensibilidad a la vez que una gran calidad humana. También informaron a Lidia de que en la Facultad habría un tutor que la orientaría y ayudaría en todo lo que necesitara y le facilitaron su teléfono para que concertara una entrevista con él.
Lidia lo llamó y concertaron una reunión un viernes por la tarde en la Facultad. Ella llegó a la hora acordada y preguntó por él en recepción, esperó un par de minutos hasta que él vino a buscarla para dirigirse los dos hacia su despacho. Cuando Lidia lo vió por primera vez sintió una extraña sensación, le transmitió una confianza y una tranquilidad que nunca antes había sentido.
Mantuvieron una larga charla, él le preguntó sobre su vida y ella le explicó su historia, lo difícil que había resultado para una adolescente asumir un problema tan grande y el esfuerzo por seguir adelante superando mil obstáculos para no dejar que la vida le ganara la partida.
Él escuchaba atentamente, en silencio, con cara de sorpresa, entonces ella le preguntó: -¿Qué pasa, por qué me miras así?
Y él contestó: -Pasa que pensaba que era yo el que iba a enseñarte algo, y la lección me la estás dando tú, eres una luchadora nata y me acabas de dar una lección de vida impresionante. De ahora en adelante, todos esos obstáculos te los voy a quitar yo.
Lidia, se quedó sin palabras, no sabía que decir, simplemente agachó la cara y le dijo que sólo tenía dos opciones, quedarse en casa llorando en un rincón o seguir adelante, y ella había optado por seguir.
Después de la conversación él le enseñó la Facultad, hicieron un recorrido por las aulas, los estudios de radio, de televisión, la sala de actos, todo…, era enorme y Lidia sentía que la invadía una profunda ilusión, una emoción tan intensa que casi se podía tocar y que todo el miedo que sentía al principio había desaparecido, aquél hombre le había contagiado todo su entusiasmo, sus ganas de vivir, su fuerza…, Lidia no lo conocía apenas pero sentía que podía confiar en él, que sería un gran apoyo y no dudó ni un segundo que cumpliría cada una de las cosas que le había dicho en su conversación.
Después del recorrido por la Facultad, él la acompañó a la parada del autobús y se despidieron hasta Septiembre cuando empezaran las clases.
El verano transcurrió rápido, Lidia estaba contenta y deseando que llegara Septiembre para empezar su aventura universitaria. Por fin el gran día llegó, primero hubieron unas jornadas de bienvenida para presentar a los alumnos las diferentes carreras, las actividades optativas que podrían coger para obtener créditos de libre elección, etc…, y a la semana siguiente empezaron las clases, Lidia estaba emocionada y muerta de miedo a la vez, a ella siempre le había costado integrarse con gente que no conocía, porque a pesar de que normalmente era una chica abierta, alegre y extrovertida, cuando no conocía a nadie se sentía pequeñita y la vencía la timidez.
Cuando entró en clase se dio cuenta de que doblaba la edad a todos aquéllos chicos, que no había nadie de su edad y eso la inquietó aún más, ¿realmente podría encajar allí?.
Tras una charla el coordinador de la carrera al que Lidia también había conocido en julio, hizo que los alumnos se presentaran uno por uno para ir rompiendo el hielo. Lidia se puso muy nerviosa ¿cómo reaccionarían todos aquéllos chicos cuando supieran que tendrían que compartir aula y hacer trabajos con una persona discapacitada?, cuando le tocó el turno a ella, sacó fuerzas, se levantó de la silla y se puso al lado del profesor delante de noventa compañeros y con voz temblorosa dijo: - Hola, me llamo Lidia, tengo 35 años y estoy aquí porque me encanta el mundo de las RRPP. También me gustaría deciros que soy deficiente visual, así que quizás necesite vuestra ayuda en algunas ocasiones, sé que esta aventura no va a ser fácil, pero al menos aquí estoy para intentarlo.
En aquél momento se hizo un silencio general, hasta que uno de ellos dijo: - ¡Pues claro que sí!, y toda la clase se puso a aplaudir.
Lidia se quedó muy sorprendida y el profesor también, los dos se miraron con una sonrisa en la cara, ninguno de los dos esperaba aquélla reacción tan calurosa y efusiva.
Aquél fue un momento inolvidable para Lidia, otro más, porque desde que pisó por primera vez aquélla universidad cada paso que daba era un pequeño triunfo.
Después de aqél día, las clases empezaron a desarrollarse con normalidad, y Lidia se fue integrando poco a poco con sus compañeros, e inició una amistad muy especial con una niña maravillosa, divertida y con un gran corazón, siempre estaban juntas, ella ayudaba a Lidia en todo momento, incluso en broma y para hacerla enfadar la llamaba “mami”.
El primer curso transcurrió rápido, Lidia aprobó todas las asignaturas a las que se había matriculado, excepto una, así que al año siguiente la repitió junto con las que le quedaban por matricularse del primer año, ya que sólo había hecho la mitad para no agobiarse demasiado con el trabajo y los estudios.
Al año siguiente aquélla adorable amiga que Lidia tanto quería se trasladó de universidad, se fue a la de su ciudad, y aunque la amistad entre ellas seguía, Lidia la echaba mucho de menos. Además sus compañeros de curso habían pasado todos a segundo y ella seguía en primero acabando las asignaturas pendientes, lo cuál significó empezar de nuevo, volver a conocer a otro grupo de gente, explicarles su problema, todo de cero. Pero una vez más Lidia volvió a sorprenderse gratamente, porque si el año anterior había encontrado compañeros geniales, esta vez fué mejor aún, esta vez se encontró con un grupo unido que iban siempre todos a una y que una vez más acogieron a Lidia con los brazos abiertos, cómo a una más, sin importarles su discapacidad y ayudándola en todo lo que ella no podía, no alcanzaba a hacer, y lo hacían con un cariño, con toda su buena intención, sin darle importancia a lo que hacían. Pero Lidia si se la daba, cada gesto, cada pequeño detalle para ella tenía un valor incalculable, porque sin esa ayuda tenía muy claro que no podría estar allí, así que ellos sin darse cuenta estaban contribuyendo a que Lidia hiciera realidad su sueño de estudiar.
Lidia era consciente de que su esfuerzo era importante, pero que sin la ayuda de todo aquél maravilloso equipo que le proporcionaba las adaptaciones necesarias, sus compañeros y por supuesto su tutor, ella no podría seguir adelante, los necesitaba a todos y todos estaban allí de una forma u otra, unos pasándole los apuntes a soporte digital para poderlos leer con su programa especial de ordenador, otros en el día a día en clase y compartiendo risas en la cafetería y por último su tutor, con el que de vez en cuando se reunía y charlaban de cómo le iba todo, de que dificultades se iba encontrando, de todo un poco…, y con el paso del tiempo, a raíz de esas reuniones fue surgiendo una bonita amistad.
Una vez, en una charla, él le comentó que había escrito un libro sobre el Ché Guevara, pero que hablaría de su parte humana, del hombre, no del guerrillero, y que estaría publicado en verano. Así fue, el libro salió a finales de junio, cuando ya se habían acabado las clases y ellos se habían despedido hasta Septiembre.
El estrés de los exámenes finales acabó, pero Lidia seguía trabajando, y aquellos meses de junio y julio fueron especialmente duros para ella porque tenía muchísimos problemas en la empresa, se sentía agobiada y necesitaba escapar de alguna manera, entonces pensó que una forma de escapar era con la imaginación, así que salió a la calle, se fue a una librería y se compró el libro que había escrito su tutor. Ella sabía que él escribía muy bien, porque leía publicaciones de artículos que él hacía en su página web de viajes, pero cuando empezó a leer aquél libro, se sorprendió aún más, estaba lleno de magia, de aventura, de sentimiento y sobretodo de un Guevara tan desconocido cómo maravilloso del cuál aprendió muchísimas cosas.
Lidia sabía que su tutor estaba en México, él había ido allí a presentar el libro, y pensó que debía enviarle un mail para felicitarlo por su trabajo y transmitirle todas las emociones que le había hecho vivir al leerlo. Era lo mínimo que podía hacer para devolverle un poco de todo lo que él hacía por ella, pero jamás pensó que aquél mail tendría consecuencias…
Cuando volvieron en Septiembre, Lidia y su tutor se reunieron para ver cómo iban a organizar el curso, que iba a necesitar, etc…, entonces él le dijo que en dos semanas iba a presentar su libro en la facultad y que quería que ella fuera, por supuesto Lidia le dijo que asistiría encantada.
Él insistió a Lidia en que llevara a mucha gente, a sus amigos, su familia, todos, cuántos más mejor, ella finalmente asistió con una amiga, sin sospechar lo que iba a pasar.
Lidia y su amiga llegaron muy justas de tiempo y se sentaron en dos asientos que encontraron libres en segunda fila, la sala estaba repleta de gente, y justo cuando se sentaron, se bajaron las luces, el protagonista ocupó su lugar en la escena y un canta-autor empezó a cantar tan sólo acompañado por una guitarra. Se creó un ambiente mágico en toda la sala, y después el autor del libro empezó la presentación, empezó a hablar de Guevara, y de lo que pretendía reflejar el libro, pero de repente en el segundo bloque del acto él empezó a hablar de un tema diferente, y dijo: - Desde hace tres cursos soy tutor de las personas con discapacidad, ellos me dan una lección de vida cada día.
Este verano tuve la oportunidad de presentar mi libro en México y no sabía cómo hacerlo, no sabía cómo resaltar la esencia del libro, no se me ocurria nada…, entonces pasó algo…, recibí un mail de una persona que juraría que está hoy en esta sala…
Al escuchar esas palabras, Lidia empezó a temblar, las lágrimas brotaron de sus ojos, y el mundo por un momento se paró, porque esas palabras eran para ella, no entendía porqué, no lograba comprender porque estaba haciéndole un reconocimiento tan grande, delante de toda aquélla gente que había ido a verlo a él, era su momento y le estaba dando todo el protagonismo a ella. Lidia sabía que él se sentía orgulloso de ella, se lo había dicho muchas veces, pero ella jamás imaginó que él querría que todo el mundo supiera el esfuerzo, la lucha, la historia de Lidia, y mucho menos que lo haría de una forma tan mágica y especial.
Él siguió hablando: - Ella tiene un fuerte problema en la vista y mi libro tiene la letra muy pequeña, pero eso no le impidió leerlo y enviarme ese mail, y al abrirlo, me di cuenta que allí estaba todo…, todo lo que yo quería decir sobre el libro, ella me ponía pasajes enteros de capítulos, y entonces supe exactamente todo lo que quería decir…
Toda la sala le escuchaba en silencio mientras de fondo sonaba una música de guitarra, fue una presentación muy especial, y no tan sólo el fragmento dedicado a Lidia, sino toda, de principio a fin. Lidia salió de allí muy emocionada, y supo que aquél momento se quedaría grabado a fuego para siempre en su corazón, porque jamás esperó un reconocimiento tan grande, y que lo hiciera alguien a quién ella admiraba con todas sus fuerzas, tanto cómo profesional, cómo personalmente por su gran calidad humana, fue la mayor recompensa que pudo darle la vida. Entonces recordó un cuento que hacía poco que había leído precisamente en la web de su tutor, hablaba de una sonrisa y una lágrima, que aunque tenían caminos muy diferentes, un día por unos instantes se cruzaron y la sonrisa le preguntó a la lágrima: -¿Tú que le pides al camino?, y la lágrima respondió: -Yo tan sólo SOBREVIVIR. Y la lágrima le preguntó a la sonrisa: ¿Y tú?, a lo que la sonrisa contestó: Yo únicamente VIVIR… Pues eso es exactamente lo que Lidia deseaba y por lo que luchaba, únicamente por VIVIR…Y colorín colorado, este cuento…, aún no se ha acabado…
P.D: El cuento seguirá porque cuento con “todos”, y con un gran Talismán… “El camino es largo y cuento contigo ”.

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