Lidia López Pinedo
Abriendo los ojos al
mundo desde Londres
La vida pone obstáculos
que a veces parecen difíciles de superar. Pero si de verdad pones empeño, no
sólo consigues saltarlos, sino que te abre caminos con destinos insospechados y
algunas veces maravillosos...
Fue duro asimilar, entender y más
difícil aún aceptar que mi vida daría un cambio radical. Tendría que
aprender a vivir mi vida a media luz.
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En el año 1997 yo ya
había entrado en la ONCE, había aprendido a leer braille, había hecho un curso
de telefonía y trabajaba cómo Telefonista Recepcionista. Un trabajo que no me
gustaba en absoluto. Entonces pasó...
Una amiga me contó que
había un curso que hacía la ONCE llamado Leonardo Da Vinci que consistía en
hacer un curso de inglés de seis meses de duración. Tres meses las clases
serían en Madrid y tres meses en Londres. Mi corazón se aceleró en el pecho
porque esa era la oportunidad de oro que estaba esperando para dejar ese
trabajo que tan poco me gustaba y de abrir mis ojos al mundo. De demostrarles a
todos y a mi misma que a pesar de tener una discapacidad no me iba a quedar
llorando en un rincón.
El problema era
decírselo a mis padres. Decirles que me iba de Barcelona a vivir a Madrid y a
Londres durante seis meses no sería fácil. Pero lo hice aunque cuando ya estaba
segura de que me habían aceptado.
Hice mis maletas cargadas de sueños,
ilusión, miedo, ganas y un sinfín más de sentimientos
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Rumbo
a lo desconocido
En ese tren íbamos
Vero, Ana y yo. Las tres vivíamos en Barcelona y la ONCE nos puso en contacto.
No nos conocíamos de nada pero íbamos a convivir juntas. El viaje fue largo,
pero lleno de risas, confesiones, y porque no decirlo también un poco de miedo.
Llegamos a Madrid de noche, estaba nevando y allí nos esperaba una prima de mi
padre que se encargó de buscarnos alojamiento. Ella nos llevó a cenar a su casa
y luego nos llevó a nuestro nuevo piso. Aquella noche empezó mucho más que una
aventura para nosotras. Empezó una amistad de esas que son para siempre.
La estancia en Madrid
fue increíble. Las tres nos adaptamos a la ciudad cómo si hubiéramos vivido
toda la vida allí. Es una ciudad preciosa, con gente maravillosa que te acoge y
te hace sentir en casa.
Viviendo la
magia de Granada / Foto Propia.
El tiempo en Madrid
voló..., y por fin llegó el gran día de salir de España por primera vez en mi
vida. Londres nos esperaba.
Adiós
y hola
Por
fin en Londres / Foto Propia.
Llegamos de noche. La
primera sorpresa fue al subir al autocar que nos vino a recoger porque el
conductor estaba a la derecha y el vehículo también circulaba por la derecha al
contrario que en España. Parece una tontería pero al principio impresiona. Al
llegar al colegio que sería nuestro hogar durante los siguientes tres meses nos
recibieron muy agradablemente y nos enseñaron nuestras respectivas
habitaciones, después llamamos a casa para avisar de que habíamos llegado bien
y agotados nos fuimos a dormir.
A la mañana siguiente
al asomarme a la ventana me sorprendí de ver la maravilla del paisaje que me
rodeaba. Campos verdes inmenso, muchos árboles y..., muchas vacas.
Estábamos en el condado
de Kent y todo alrededor era naturaleza. Preciosos bosques por los que pasear.
El colegio se llamaba Dorton College y estaba situado en la pequeña aldea de
Seal, situada a su vez en el pueblo de Sevenoaks.
Cuando me planteé ir a
Londres pensé que sería una bonita aventura y que tenía que hacerlo pero la
ciudad en sí no me seducía demasiado, pensaba que no me gustaría porque me
imaginaba una ciudad lluviosa, triste y gris. Pero nada más lejos de la realidad.
Oxford en estado puro / Foto Propia.
Visitamos museos, todos
los sitios más turísticos: El Big Ben, The House of Parlament, Saint Paul
Cathedral, Picadelli Circus..., montones
de lugares y rincones maravillosos que alberga Londres. Nos impregnamos de la
ciudad, nos entró por todos y cada uno de los poros de nuestro cuerpo. Pero no
sólo fueron sus paisajes lo que nos enamoró, sino la amabilidad de la gente.
Todos teníamos algo que podía con todas
esas trabas. Todos teníamos unas ganas inmensas de VIVIR.
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El viaje nos enseñó
muchas cosas. Nos enseñó a valorar la belleza de los paisajes más desconocidos
de una ciudad como Londres. Nos enseño que hay que dejar a un lado los
prejuicios cuando vas a un país desconocido y dejarte llevar. Pero también nos
enseñó lo importante y maravillosa que es la amistad cuando estás lejos de
casa.
Después de casi veinte
años este recuerdo sigue muy dentro de mí, no sólo en mi memoria, sino en mi
corazón porque marcó un antes y un después en mi vida. Y sobre todo me regaló
grandes amigos que siguen estando y estarán siempre en mi vida aunque estemos
separados por cientos de Kilómetros.
Amigos para siempre / Foto Propia.